Una tonina overa asomó su aleta negra, luego mostró su lomo blanco mientras con suaves y veloces ondas acompañaba al bote y atrajo así la atención de quienes miraban a un cormorán volar al ras del agua o a un gaviotín suspendido sobre sus cabezas. Cuando dio un salto y todo su cuerpo brilló en el aire bajo el sol causó la primera algarabía en el bote que recorría la ría Deseado, un paraíso de la biodiversidad en la costa norte de Santa Cruz.
Pronto todos veían en la superficie asomar cabezas de lobos marinos de un pelo y biguás y gaviotas que flotaban plácidamente o patos vapor que salpicaban espuma al patalear en su típico despegue. Más tarde los tendrían al alcance de la mano, o aún de las cámaras más sencillas, en las barrancas, cañadones e islas de la única ría de América del Sur.
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